Soplo de aire fresco y retozón, capaz de avivar conciencias, de aliviarnos de “cosas calientes” y “altas presiones” es Viento Jíbaro. VJ recoge la herencia cimarrona y la mística aborigen, dispersas en kilobytes de memoria olvidados por la gente y ocultados por los poderosos…VJ gusta de la información, de la palabra que no es de nadie y es de todos, pues su fluir sin trabas es vital en la hora actual de Cuba y el mundo… pues sólo los interesados en dividir pueblos y perpetuar sus dominaciones temen al verbo libre y no pensamos dejarles corromper, con su monopolio, la voz plural y amorosa de los pueblos.

viernes, 1 de octubre de 2010

El fondo oculto del ayuno Mapuche. El terror de Chile que lo lleva a cometer terrorismo contra sí mismo.

Rosario está tejiendo. G. Azcazuri
Por: Ziley Mora Penrose

El autor es etnógrafo, investigador, Consultor en Procesos Humanos y autor de más de quince libros en torno a la cosmovisión aborigen de Chile, la medicina, lengua, religión y filosofía Mapuche. Entre sus trabajos están: "Yerpún, el libro sagrado de la tierra del Sur", "Filosofía Mapuche", "Verdades Mapuches de alta magia para reencantar la tierra", "Magia y secretos de la mujer Mapuche, sexualidad y sabiduría ancestral", entre otros. Es también consultor y asesor de la Fundación Imagen-País en asuntos de identidad cultural. (Contacto: zileymor@gmail.com )



“A muchos nos preocupa la extinción de todas las especies 
que el mundo occidental está exterminando. 
Pero casi nadie se da cuenta de lo más extraordinario de todo: 
de la extinción de nuestro conocimiento de lo que somos… 
Y esta tradición no existió para edificar o entretener, 
ni siquiera para inspirar. 
Existió para devolver los hombres a sus raíces.” 

PETER KINGSLEY, En los oscuros lugares del saber


Acaso por las “deudas” del Bicentenario, el peligro cierto de muerte y el monitoreo al instante de la noticia, quizá como en ningún otro momento, el ayuno Mapuche nos interpela.  Ellos, los 34 ayunantes, no desean sólo salir de la prisión, desean algo mucho más hondo: quieren interpelar a que Chile salga de su prisión, a que la sociedad y el estado chileno hagan ayuno. No está demás entonces recordar aquí que la  lucha del pueblo Mapuche no es sólo por el reconocimiento constitucional, ni sólo por el respeto a los tratados internacionales (como el de la O.I.T.), ni por sólo el respeto a su lengua y cultura, por la marginación del desarrollo ni por tierras o autonomía, ni sólo representación parlamentaria. Entonces se nos enciman con fuerza dos preguntas radicales: ¿Qué cosa esencial desde hace 200 años el Estado y la sociedad chilena, independiente de sus gobiernos de turno, no está viendo cuando juzga la cuestión Mapuche, (cuando juzga el aspecto indígena de sí mismo)? ¿Cuál es el terror de Chile que obscura e inconscientemente lo ve manifiesto en las acciones de terrorismo (o supuesto terrorismo) que despliega la causa Mapuche y sus organizaciones?

Estamos absolutamente persuadidos –luego de casi ya 30 años de investigación y trato con la etnia- que es el terror a comprobar (cada vez más inevitable ante la claridad de las evidencias globales) la total validez del sencillo modo de vida de los habitantes de la tierra. Porque esa sencillez esconde  una complejidad ontológica y casi metafísica (si conociéramos los siete estados evolutivos del Pellü o espíritu Mapuche, por ejemplo) imposible de tolerar por las renuncias y muertes al ego que ello implica. Es el terror por la insondable sabiduría que conlleva asumir la simple condición humana, despojada de los sucedáneos de felicidad y de los sustitutos de sentido que la sociedad chilena (y todo Occidente) encuentra en las prácticas, usos y artefactos de la modernidad; esas “aguas de fantasía” en definitiva, que nos provocan más sed. Me atrevo a decir que es la existencia misma del pueblo Mapuche lo que nos aterroriza; que es ese dato de lo diverso y distinto lo que nos atemoriza porque eso puede dar pie y ser posibilidad de que yo esté equivocado; que es la pervivencia misma de la etnia, articulada como auténtica cultura y comunidad humana, subsistiendo con otros códigos, con otros paradigmas respecto a los usos de los recursos naturales y al sentido de la vida humana sobre la tierra,  lo que constituye el terror de Chile.

Se trata del terror de no querer ver aquello invisible que nos hace falta, y que ningún pequeño o gran deseo material lo puede calmar; es decir, la ausencia de un tipo de comprensión superior respecto a lo que somos como seres humanos, de una sabiduría (perdida para Chile) para burlar a la muerte, escabullirnos de su poder y después poder reaparecer… (capacidad que exhibieron grandes machis y kimches como Kallfukura, Mangil Wenu y otros), vacío sapiencial que no puede ser llenado con las puras preocupaciones de la modernidad ni con los compromisos que impone la agenda productiva. Porque lo que nos falta es más poderoso que lo tenemos delante de los ojos. Todos lo sabemos. (O al menos lo intuimos, máxime quienes aprendimos la formidable lección de los terremotos). El único problema es que la ausencia es demasiado difícil de soportar, de manera que en nuestra desesperación, en lugar de dialogar con la Mapu, con la Madre Tierra e indagar honesta y pacientemente (nadie quiere tener tiempo para consultar el oráculo a los árboles, por ejemplo) qué significa vivir sobre ella ( a veces  bajo ella, como los 33 mineros), y compartir experiencias con sus especialistas (el ancestro indígena Mapuche), preferimos crear leyes antiterroristas y encerrar a esos inquietos y “revoltosos usurpadores de la propiedad privada”. (Esto, por supuesto no quiere decir ni de lejos que preconicemos el desgobierno ni menos descalificar un ápice el estado de derecho.)  En definitiva, a ellos no los encerramos sólo en la cárceles de Temuco, Cañete o de Malleco, sino en nuestros supuestos “seguros” cánones, ideas y prescripciones con fuerza de ley (dogmas) de lo que “es” la realidad, la civilización, el adelanto humano, la justicia. Porque así de arrogantes somos: nos creemos superiores a ellos y a todo aquel que no haya sido suficientemente acreditado por Harvard, el Vaticano o el G-8 cuando sesiona en Davos.

Aquello invisible que somos y que una vez supieron y practicaron nuestros antepasados Mapuche es lo que en el fondo intuimos: que ellos se guiaron por otro “modelo de desarrollo”, tan armónica y profundamente articulado con la pauta didáctica que mostraba la evolución de las especies propias del bosque valdiviano. Pero como aceptar esto nos aterroriza, ya que si no despertamos de las trampas que nos pone el “Cazador de Avestruces Dormidas”  -el demiurgo dominador de las gentes, Ngenechen- no vamos a poder evolucionar hacia nuestro destino: la ruta que nos muestra el Repu Epew, la Vía Láctea (lit. “El Camino de los relatos de los Grandes Hombres legendarios”). Y como aceptar esto nos resultaría demasiado desafiante, es que inventamos Ministerios, Conadis, Subsecretarías, Programas… y otras cosas, como artefactos y juguetes digitales diversos, sólo aceptar racionalizaciones y luego tragarnos creencias europeas para así echarlas de menos y tranquilizarnos con lo conocido y lo obvio… (No vaya a ser cosa que echemos de menos Lo Desconocido y Lo Sagrado…).

 “No me hablen de quietud, silencio y paz interna de todo un fin de semana conseguido en soledad bajo el bosque de walles,  porque eso me llevaría al reino de la locura”, parecería  decir tácitamente un chileno citadino, aterrado con lo Invisible que le hace falta. Porque el mundo (particularmente el de hoy en Occidente) nos llena de sucedáneos e intenta convencernos de que –aparte de unas cuantas reformas legales para la seguridad social y unas cuantos Proyectos de inversión con tasas competitivas para el incremento de la economía- nada grueso nos faltaría en este Bicentenario. Pero nada tiene la capacidad de llenar el vacío ontológico, el agujero en el centro del corazón, que sentimos en nuestro interior…  Por eso, a quién más le haría falta un ayuno de baratijas de la modernidad, un ayuno de iphones, de televisión digital, de automóviles cero kms., de farándula, de realitys obscenos (que ni siquiera perdonan el proceso iniciático y sagrado de los mineros bajo tierra). Sería a nosotros, la sociedad chilena toda. Porque no nos fueron suficientes los 500 muertos ni el derrumbamiento material del pasado terremoto. Nos duró demasiado poco la enseñanza (¿la hubo?), aquella de la Madre Tierra (Tren-Treng) y de la Madre-Agua (Kay-Kay) que nos dijo: “¡para Ser no te sirve apoyarte en el tener, ni siquiera te sirve tu celular… Te quito tus ideas tan favoritas de tu mundito, te quito tus aparatitos, te quito tus fetiches de seguridades… ¿Y qué te queda? ¿Acaso te tienes y  autoposees a ti mismo?”.

Este es el terror al interior del alma de Chile. ¿Y qué más hacer aparte de ese ayuno de consumo? Propongo en verdad un tipo de “no-hacer”, inédito desde hace más de dos mil años en los Tribunales y Cortes de Justicia de Occidente. Es decir, propongo que los jueces, los ministros en visita, los magistrados de la Corte Suprema, el Ministerio Público, se sumen al ayuno Mapuche, que por un par de meses pongan temporalmente en paréntesis sus causas y litigios, se despojen de sus anaqueles mentales (códigos, leyes, jurisprudencia), depongan todos sus aparatos tecnológicos distractores y que luego de negarse a declaraciones, se inmovilicen en algún sitio y se vayan a un estricto y solitario retiro. Y en concreto, a una gruta andina inaccesible de la Araucanía, tal como antaño lo hacían ciertos kimches (“sabios”) en ciertas kuramalal (“cuevas o corrales de piedra”, a veces llamados también chenkes) que eran verdaderos Templos –escuela adonde bajaban los “espíritus antiguos” a aconsejar, dotar de poder e iniciar a los grandes longkos guerreros. Una vez allí, para aquel experto en leyes, y sólo escuchando el siseante sonido del viento o de las esferas celestes en la noche, de seguro que le bajaría –acaso en un peuma, en un “sueño”-  la revelación del Cielo, del Sol, de Antü: les visitaría  el don de Consejo, la iluminación, el Ad –Mapu ancestral, es decir “la Justicia de la tierra”, una divinidad que reside en lo profundo de la quietud, al fondo de la noche de los sentidos perfectamente domeñados por el ayuno. Es decir, tal cual lo hicieron los legisladores de la antigua magna Grecia –cuando la arrogante Atenas todavía no podía “acreditarlos” en la forzada ratio platónico-aristotélica porque el culto a Apolo, ese culto nocturno de los legisladores-sanadores, les exigía ayunar en una guarida sagrada. Así ocurría en Elea, Marsella, Focea, Mileto o Anatolia, por ejemplo, donde las leyes de la polis se les podía revelar por sueño o visión a los iatromantes, esos jueces-sanadores que curaban a través de profecías, luego de voluntariamente “incubarse” en un rito con total inmovilidad (hesychia) en unas cavernas consagradas a los héroes ancestrales. Tal fue el caso de Parménides, el filósofo fundador de la lógica occidental, pero también profeta, legislador, sacerdote de Apolo y chamán-sanador, que toda su sabiduría fue producto de incubarse “como un muerto” en una kuramalal de Elea y donde una Diosa, la Reina de la muerte (la Justicia), le revelara en ese nocturno Viaje a lo profundo de la tierra nada menos que el secreto del misterio humano.

O si lo anterior nos pareciera demasiado extraño y aparentemente ajeno como práctica legislativa y judicial, si por distintos motivos históricos, políticos o sociológicos, no nos fueran relevantes (sobretodo para cierta arrogante oligarquía centralista que desde Manuel Bulnes gobierna desde Santiago) la antigua palabra de los comuneros indígenas, esos sospechosos encapuchados “quemacamiones” forestales de la Araucanía, preguntémosle entonces a un minero no Mapuche que hoy vive la iniciación pitagórica-órfica en lo profundo de la mina-madre de su segundo nacimiento. Pero preguntémosle a uno de esos  mineros (a uno y no al colectivo de los 33, porque la verdad no es democrática ni estadística; el 5 % Mapuche de la población puede contener el secreto destino de todo Chile), uno que no lo haya enfocado ninguna camarita y que no haya enviado saludos televisivos a sus familiares. Porque solo a ese hombre,  tras estar tres meses en sagrado silencio, quietud, obscuridad y ayuno en el útero de la Madre Tierra,  tras haber sabido aprovechar estar consciente, minuto a minuto, en total hesychia o inmovilidad emocional, practicando el rito de morir antes de morir (antes de ascender al Cielo hay que bajar al Hades, al Tártaro, al Infierno, hay que aprender a morir); sólo y exclusivamente  a ese bendito iniciado la Mapu o Pachamama le habrá revelado el misterio insondablemente infinito de su Ser. Ese, ese nuevo Kallfukura, ese nuevo Pitágoras, ese renacido Parménides en la Elea de nuestro Copiapó, ese debería ser elevado como nuevo “Padre de la Patria” porque su sabiduría sería suficiente para refundar nuestra polis chilena para los próximos mil años.                                                                                       

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